lunes, 15 de febrero de 2010

Reflexión

Quizás este tipo de reflexiones no sean muy habitules entre la gente de mediana edad, no lo sé, pero es de suponer a ciertas edades uno ya tiene la carrera profesional medio encauzada. No obstante, cuando eres joven la incertidumbre se te come y el fantasma de la precariedad te persigue a donde quiera que vayas. Por ello me gustaría compartir aquí una pequeña reflexión que escribí hace no mucho tiempo para una asignatura de la universidad y que está relacionada, como no, con lá ética, con el mundo del periodismo e, incluso, con la publicidad:


"El medio no es muy pequeño ni muy grande: se trata de un periódico local en cuya redacción lleva el periodista dos años trabajando. Se licenció hace tres y medio y después de estar durante un tiempo dando palos de ciego con colaboraciones gratuitas por aquí y por allá y prácticas mal pagadas, por fin ha encontrado un trabajo más o menos estable en el medio actual. Por estabilidad no entendemos ni contrato indefinido, ni horas extras remuneradas ni un jefe precisamente amistoso, sino todo lo contrario (lo que, dadas las circunstancias, tampoco está tan mal). Pero todavía le queda mucha carrera por delante y muchos escalones por subir. Y esto se convierte en realidad cuando un buen día el jefe reconoce sus méritos y, a pesar de seguir cobrando los mismos 850 euros, es ascendido y adquiere un poco más de responsabilidad. Acaba de cumplir los treinta y dos. Pero la fatalidad llega al poco tiempo cuando, debido a su cargo, el periodista se ve envuelto hasta la coronilla en un embrollo. No ha hecho nada aparentemente ilegal ni ilegítimo, ni es la primera vez que se enfrenta a un problema semejante, pero en esta ocasión se ha tomado demasiado en serio su profesión: ha denunciado unos hechos que pueden perjudicar al anunciante más importante del periódico. Por esta razón, su inmediato superior le hace llamar al despacho y le pide explicaciones: “Fulanito” –le inquiere- “¿sabes en qué lío nos has metido a todos? Almacenes Casa Pepe es nuestro mejor anunciante, nuestro patrocinador más antiguo, y ahora ha amenazado con retirarnos la campaña y lo dice muy en serio, ¿qué vamos a hacer?, ¡sin Casa Pepe no podremos salir adelante!”.

A partir de este mismo instante a Fulanito solo le quedan dos opciones: O bien aceptarlo, rectificar la noticia e inventarse una vil excusa (por ejemplo, “mis fuentes me mintieron”) para que así Almacenes Casa Pepe siga patrocinando la rabiosa actualidad que desde las páginas del periódico se ofrece cada día a los lectores; o bien negarse a interpretar tal pantomima y plantar cara, aún sabiendo que eso le puede costar el puesto –o incluso el empleo- y que le servirá para canjear sus honorarios por unos cuantos enemigos. ¿Qué harían ustedes?, ¿tragar sapos y culebras y pasar por el embudo o marcharse con “el culo al aire” pero sumergidos en una buena dosis de dignidad?

¿No hay una tercera vía?"



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