sábado, 20 de marzo de 2010

Se nos va de las manos

Hoy me he encontrado con la siguiente noticia en La Vanguardia:


Ah, es decir, que resulta que no eran etarras. Bien, fantástico. Ahora sí que se les cubren los rostros para que no puedan ser reconocidos (¿un poco tarde, no?) Y si resulta que no son etarras: ¿entonces por qué desde el Ministerio del Interior español, el gobierno francés y los medios de comunicación de los dos países se dijo desde el primer momento que lo eran, sin tan siquiera otorgarles el derecho a la presunción de inocencia? ¿Tienen idea tanto los unos como los otros del trastorno psicológico que esto puede suponer para los afectados y sus familias?, ¿tienen idea de lo que supone para la democracia saltarse estos "formalismos"?

No obstante, el tema ya se empezó a ir de madre, a mi entender, cuando desde el primer momento se trató a un homicidio fruto de la persecución policial y que puede pasar con cualquier delincuente, como un atentado terrorista más. Vale, sí, de acuerdo, ETA mató a un polícía francés, pero no porque hubiera pensado hacerlo. Creo yo que, si todavía conservamos un poco de cordura, deberíamos distinguir cuando un terrorista mata a sangre fría de cuando lo hace en una huida disparando a diestro y siniestro. Es decir, ¿si el terrorista en cuestión hubiera estado robando en un banco o hubiera apuñalado a su pareja, sería también un atentado?, ¿se puede considerar eso legalmente como terrorismo? Sí, en ambos casos alguien mata a alguien, pero el contexto es bien distinto.

Creo que este tema, como muchos otros, se nos está escapando a todos de las manos. Cada vez más, nos movemos arrastrados por las emociones, llevados por el impulso que nos pide el ojo por ojo y el diente por diente; cuesta más discernir unas cosas de otras y parece que el ritmo, cada vez más frenético de nuestra sociedad, de nuestra cultura occidental, nos está conduciendo al abismo de la locura.